Una semana antes, en la semifinal de la Liguilla, cuando Palermo eliminó a Almirante Brown, el árbitro Juan Mancini cobró un penal inexistente a favor del Cervecero. Fue el gol que abrió el marcador, pero el Verde le ganó bien a Brown (2-0) y fue un justo finalista.
Esta vez el mismo árbitro (¿era necesario exponerlo designándolo para la final luego de aquel error?) volvió a equivocarse, esta vez sancionando otro penal que no existió, pero en contra de Palermo. Fue el segundo gol de Todd que selló la eliminación del Cervecero y la consagración del Canario como ganador de la Liguilla.
Pero como Palermo le ganó bien a Brown, más allá del penal; Todd le ganó bien a Palermo, más allá del penal.
Claro que se entiende la calentura de los jugadores dirigidos por el Gallego Elel, porque además les anularon un gol que ellos entendieron válido y que es muy difícil determinar si fue legítimo o no. Pero lo que no se justifica bajo ningún punto de vista son las agresiones, como las patadas que Preve les propinó a dos futbolistas de Todd y un violento golpe de puño que hirió en el rostro al preparador físico del Canario. Tampoco los agravios que sufrió nuestro colega Pablo Cullen de parte de un suplente de Palermo, culpándolo (al periodismo) de que el árbitro Mancini haya dirigido supuestamente presionado.
Es para reflexionar, ya que estos serios incidentes del final opacaron la excelente campaña de Palermo durante todo el Clausura.
En fútbol se gana y se pierde, a veces con justicia y otras, injustamente. Los árbitros aciertan y se equivocan. Pero no se puede terminar a las trompadas.