Era decididamente imposible que Agustín Canapino pudiera retener el campeonato de Turismo Carretera. Sus chances estuvieron complicadas todo el fin de semana, ya que el Chevrolet preparado en Arrecifes no mostraba el potencial de sus rivales por el título: Matías Rossi, Facundo Ardusso y Jonatan Castellano (ver nota). A la Chevy no le caía bien el circuito de San Nicolás y no le cayó bien el reglamento en todo el año.
Sumado a esto, un toque de Juan Manuel Urcera en la serie lo dejó fuera de pista, con el arrecifeño teniendo que abandonar y largar 39º la final, mientras sus rivales ocupaban las primeras filas.
Pero quizás haya sido la Virgen de San Nicolás la que decidió concretar otro de sus tantos milagros. A punto de largarse la final se largó una fuerte lluvia sobre el autódromo nicoleño y Alberto Canapino, zorro de mil batallas, había estudiado que eso podría pasar. Por eso, perdido por perdido, configuró la Chevy para lluvia y le calzó neumáticos con dibujo. La mayoría optó por poner sus autos para pista seca esperando que pase rápido el chaparrón.
La estrategia dio resultado y Agustín comenzó a ganar lugares a decenas, mientras Rossi, Ardusso y Castellano tenían que entrar a boxes para poner neumáticos con dibujo y se retrasaban muchísimo.
Canapino terminó llegando segundo, manejando muy finito y conservador para no irse de pista, cuando los restantes candidatos al título no podían avanzar.
Ganó Alan Ruggero y Agustín fue campeón. Un auténtico milagro. La figura de la Cuna de Campeones sumó un nuevo título para la ciudad, el segundo consecutivo para él en el TC y el tercero en la categoría.
En pocas horas vendrá a Arrecifes a festejar con su pueblo una apasionante definición más, como todas las que protagonizó en sus tres consagraciones en Turismo Carretera. Y de aquí saldrá corriendo a Ezeiza, donde tiene que estar a las 21:30 para partir hacia Estados Unidos.