Leandro Gabilondo, conocido músico y escritor arrecifeño, hace un tiempo escribió el texto “Un pozo ciego” para la revista “Ni un paso atrás”, de las Madres de Plaza de Mayo y que se entrega con el diario Tiempo Argentino. A raíz de ello le tocó vivir un momento único, que el propio Leo contó a través de su Facebook y lo relató en Radio Zero (100.3), en diálogo con Martín Tamassi:
Nunca pensé que la historia de este país podía humanizarse y meterme un abrazo. Quizás, nunca lo esperé y eso es lo que hace que siga conmovido, que me cueste escribirlo. Resulta que el lunes estuve al chat con Gonzalo Seoane y me dijo que el miércoles, ayer, pase por La Casa de las Madres a buscar varios ejemplares de la edición de la revista Ni un paso atrás, donde publicaron un texto mío: El pozo ciego. Es un simple regalo, sí, pero yo lo sentí como una forma de reconocimiento, incluso, de afecto. Me dijo que si quería, de ahí nos cruzábamos al Cine Gaumont, porque se estrenaba la serie Madres de Plaza de Mayo, La Historia. Acepté. Me pareció el mejor plan de todos los miércoles de mi vida. Llegué con un calor insoportable y me encontré a Luis Zarranz que, junto a Gonzalo, son los encargados de prensa de las Madres. Me hicieron pasar a su oficina, me ofrecieron un vaso de agua, hablamos del calor horrible de marzo y de Barcelona – Manchester City. Metí las revistas en la mochila y bajamos. Ya se hacía la hora del estreno, se sentía un clima de ansiedad, pero esa ansiedad hermosa, la que se impone sobre la velocidad. Nunca había estado en ese lugar, siempre había pasado por la puerta y chusmeaba desde afuera. Antes de irnos, Gonzalo me hizo un pequeño tour por las instalaciones. Es un lugar impresionante, donde la vida es adolescente, todo tiene fuerza. En un momento, Gonzalo me dijo que lo espere un segundo y entró en una puerta a la que no presté atención. Me quedé leyendo afiches, convocatorias culturales y sociales, invitaciones para hacer. Todo ahí adentro es una máquina de hacer. Gonzalo abrió la puerta, me llamó y me dijo que pase. Caminé sin saber a dónde iba. Cuando estaba por entrar vi que la puerta tenía un cartelito que decía: CASA DE MADRES. Entré. Ahí estaban todas ellas. Me temblaron las piernas. Gonzalo me presentó: “Leandro es un poeta, quiero que lo conozcan, él es el que escribió en la revista”. Yo no paraba de temblar. Ni siquiera pude ponerme incómodo por lo de poeta, mote que siempre me deja en cambio, que me da pudor, que me cuesta asimilar, que trato de evitar. Seguía temblando. Todo el cuerpo me temblaba. Ellas estaban sentadas en una mesa con un mantel blanco. Un espacio muy modesto, una cocina-comedor como cualquier casa de abuela de barrio. Alcancé a ver un mate, unos papeles escritos a mano. Me vieron y sonrieron. Todas. Fue como si me hubiesen prendido las luces del Monumental en la cara. Comencé a saludarlas, una por una, con vergüenza, con un respeto que nunca nadie me generó antes. Me sentí un nene. Estaban todas muy pitucas, llenas de felicidad porque estaban a punto de ir al estreno de lo que esperan hace muchos años, un material audiovisual que las represente exactamente como ellas lo merecen. Estaban casi todas con el pañuelo puesto. Cuando llegué a Juanita, que tiene más de cien años, se lo estaba acomodando frente a un espejito y dejó de hacerlo para sonreírme, darme un beso y agradecerme por estar ahí. ¿Agradecerme ella a mí? Una humanidad insólita. Temblando cada vez más, llegué a Hebe. Estaba sin pañuelo, los ojos delineados y los labios pintados de un rojo furioso, como su impronta. Me sonrió. Me acerqué para darle un beso y me abrazó. Se quedó unos segundos conmigo. Me agarró la cara con las manos y me dijo: “Gracias por escribir, nunca dejes de escribir. Metele, pibe, metele”. Me miró fijo a los ojos y me acarició. Igual que mis abuelas cuando voy para Arrecifes y me dicen que me extrañan. Sentí protección, sentí paz. Con lo bastardeada que está la paz como concepto, ahí todo era cierto. Estaba en paz, temblando, pero en paz. Salí de ahí transpirando, sin poder dejar de temblar. Estaba temblando y estaba en paz. Estaba más vivo que nunca. Estaba con la memoria intacta y estaba con el futuro en el pecho. Supongo que es lógico. Porque a veces, la emoción también es lógica.