Debe haber pocas familias en Arrecifes a las que Wanceslao no les haya sacado una foto. Contratado para cualquier tipo de acontecimiento social o en la calle, si tenía confianza con vos y te agarraba distraído o distraída. Y después te la mandaba, y se reía. Siempre se reía.
En las fiestas a las que iba a trabajar era uno más, porque seguramente si no lo hubieras contratado, lo habrías invitado. Siempre llevaba alegría adonde iba. Y si la fiesta estaba medio caída, él se ocupaba de levantarla con sus chistes, con su buena onda.
Autodidacta de la fotografía, creció y se desarrolló en ese arte a pulmón, a fuerza de capacitarse con los pocos medios que tenía en épocas en las que aún se revelaba en papel. En su momento marcó una época en su profesión, con su visión diferente y única de las escenas que capturaba, que no era más que su visión diferente y única de la vida.
Tan grande fue el “Negro Wence” (la gente lo llamaba Wence con E, pese a que era Wance con A), que no todos sabían su apellido. Su nombre fue una marca registrada, algo que muy pocos logran en una comunidad. Y lo fue no sólo por fotógrafo sino como persona y como personaje. Un gran personaje.
Responsable y laburador como pocos, y aún con mucho éxito en su oficio, jamás dejó su empleo de décadas en Bazar El Mundo. Amaba ese trabajo porque amaba interactuar con la gente. Lo económico para él jamás fue prioridad. Generoso al máximo, hizo gala de las relaciones humanas. Nadie se quedaba sin las fotos de Wanceslao por una diferencia económica. Nunca se negaba a nadie y nunca competía con nadie; al contrario.
Fanático de River Plate, del reggae, de la amistad, de los asados, de las juntadas con seres queridos; hace unos dos años abandonó casi todas esas reuniones sociales por un problema de salud que lo asustó. Y comenzó a cuidarse más que nadie. Cambió los asados y la cerveza por la actividad física que le indicaban los estudios médicos y los profesionales a los que acudía reiteradamente para poder seguir haciendo lo que más le gustaba: vivir. Tenía terror de no poder seguir haciéndolo; por ello la conducta impecable que adoptó, rechazando cientos de invitaciones a reuniones sociales. Apenas algunas comidas en su casa para despuntar el vicio de preparar algo en su horno de barro.
Y en el momento en que más se cuidaba, hace dos meses sufrió una seria descompensación y ayer se fue del todo, en medio de un breve descanso en su casa en un día de actividad habitual para él.
Recorrer las redes sociales basta para comprobar lo que la gente lo quería; la sorpresa, el dolor, la tristeza y la bronca por su muerte a los 47 años de edad. Cuesta creerlo.
“No llores porque a la noche te va a tirar unos petardos”, me dijo su hermano Tucho al despedirlo en el Cementerio, aún él también sin caer de que no iba a ver más su hermano-personaje.
El Negro voló rápido, sin darse cuenta, quizás porque extrañaba mucho a su amigo del alma, Sergio ‘Homiga’ Bartomioli, quien se le adelantó a la eternidad hace muchos años pero que él jamás olvidó, ocupando su lugar en el cuidado y el amor hacia la familia Bartomioli.
Al Hormiga, el Negro lo llevaba en el alma y también en calcos que le había hecho con el dibujo de una simpática hormiga. Incluso, durante mucho tiempo Marcos Di Palma llevó esa calco pegada en sus autos de carrera. “Para cada aniversario, Wance iba al cementerio y le tiraba cohetes en su tumba”, contó su otro hermano, ‘Matungo’. Es que si había que hacer jodas, de pendejos Wanceslao y el Hormiga eran los primeros que se anotaban.
Estas líneas serían interminables si siguiéramos hablando de su bondad, de su buena onda, de sus códigos, de su honestidad y de todos los valores que reunía. Y es lo menos que podemos hacer por alguien que merece quedar grabado en la inmortalidad. Especialmente para que sus sobrinos (su debilidad, los seres que más amaba en el mundo), cuando crezcan y quieran saber quién fue el tío Wance, tengan algo para leer sobre él.
Muchas fuerzas, amor y paz para sus hermanos, su familia, sus amigos y especialmente para su inquebrantable padre, ejemplo de persona, quien más lo va a extrañar cuando no lo encuentre en su casa. Porque la fruta nunca cae muy lejos del árbol. Y el árbol de los Duzac es de los mejores que puedan existir.