El periodista Jorge Lanata falleció hoy a los 64 años de edad, tras permanecer seis meses internado. Ingresó al Hospital Italiano el 14 de junio para unos estudios y durante los chequeos sufrió un principio de infarto. Si bien tuvo por momentos algunas mejorías, su cuadro se fue agravando desde entonces y finalmente murió este lunes.
Lanata fue un tipo brillante, una mente superior. Generador de decenas de éxitos en el periodismo argentino, entre ellos el diario Página 12, cuya fundación marcó un antes y un después en la prensa gráfica, derribando los conservadores parámetros establecidos hasta allí con una comunicación políticamente incorrecta que puso en jaque a los deshonestos.
Pero antes, mucho antes, a sus 16 años, Jorge Lanata ya editaba publicaciones. Desde sus inicios, el prodigio nacido en Sarandí fue siempre varios pasos delante del resto. De hecho, en sus disruptivos y avanzados emprendimientos solía contratar para trabajar con él a periodistas que pensaran diferente. Era tanta su solvencia y convicción que necesitaba colaboradores que lo contradijeran para equilibrar un poco la balanza de su peso específico.
Por supuesto, en esta triste Argentina guiada por fanatismos, lamentablemente no son pocos los que hoy celebran su muerte. En general son los mediocres, pobres de alma, que no pudieron luchar contra Lanata y la única arma que empuñó en su vida: el poder de la palabra.
La ceguera que produce el la fidelidad irracional al político de turno y/o la obnubilación del odio, eligieron poner a Jorge Lanata de un lado o del otro de la grieta. Fue amado o defenestrado de acuerdo a intereses o ideologías del público. Claro, es que nunca pasó desapercibido. El periodista más importante del último medio siglo fue el responsable de abrir el candado de la tapa que escondía la corrupción intrínseca argentina. Lo hizo desde la época del menemismo y lo expuso aún más con el kirchnerismo. Y eso tuvo y tiene sus costos.
Si algo no puede negársele a Lanata es que siempre se hizo cargo de lo que dijo y mostró. Nunca actuó desde las sombras. Reiteradamente puso la cara, aún a sabiendas que tendría más perjuicios que beneficios. Algunos dirán que mintió; otros reconocerán que le abrió los ojos a la sociedad. Pero antes de él, en la Argentina no se hablaba de corrupción.
En los últimos años dejó una frase de las tantas que lo identificaron: “En este momento en que tengo la posibilidad de hacer guita, después de tantos problemas económicos, me cabe la Ley de Murphy: para qué me sirve la plata si me estoy muriendo lentamente”. Entre otras cosas, eso fue Jorge Lanata: un crudo y brillante realista.