Nacida en Mar del Plata, su paso por la actuación -teatro, cine y televisión- no fue muy extenso pero sí intenso. Durante veinte años, hizo obras de Vargas Llosa pero también teatro de revista. En televisión fue partenaire de Tato Bores, y en cine filmó con Porcel y Olmedo. En 1996 dio un paso al costado buscando una vida lejos de la fama. En 2017 se radicó en Mariano Benítez junto a su pareja Julio “Chino” Fernández.
La actriz y vedette Camila Perissé, una de las más significativas representantes del destape de la década de los 80 y con un importante recorrido en cine, TV y teatro, falleció este martes a los 70 años en un hospital marplatense como consecuencia de una afección respiratoria, la última dolencia de una serie de problemas de salud que la aquejaron en los últimos años. La noticia fue confirmada en las redes de la Asociación Argentina de Actores.
Camila Perissé se llamaba en realidad Camila Porro, aunque había elegido el apellido materno para su actividad artística, que abarcó el teatro, series de televisión y películas, a través de los cuales y gracias a una belleza desafiante se transformó en un “sex-symbol” del país durante los 80.
La extinta edición local de la revista Playboy la tuvo como habitante de sus tapas y páginas interiores varias veces, a partir del famoso desnudo que protagonizó en “La señorita de Tacna”, una obra de Mario Vargas Llosa que dirigió Emilio Alfaro en el teatro Blanca Podestá, con Norma Aleandro al frente del elenco.
Corría 1981 y si bien la dictadura cívico-militar parecía haber superado su sanguinaria faena de 1976 a 1978, había que animarse a un desnudo total en épocas de censura impenetrable, por más que en el elenco figuraran nombres como los de Franklin Caicedo, Adriana Aizemberg, Leal Rey, Rubén Stella, Camila Perissé y Patricio Contreras.
A partir de entonces el nombre de Camila Perissé convocaba el morbo y la actriz era perseguida sin tregua por el periodismo farandulero, tanto en Buenos Aires como en Mar del Plata, donde la obra se montó durante la temporada veraniega.
Mar del Plata era la ciudad de nacimiento de Camila, quien a los seis años se trasladó a Buenos Aires junto a su familia –su madre, Ana Nieves, fue actriz secundaria en películas de Libertad Lamarque y Hugo del Carril-, y desde la adolescencia encontró en la gran ciudad un foco de cultura que la fascinó.
Cursó parte de su secundaria en el Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández, estudió inglés en la Cultural Inglesa, además de guitarra y danzas nativas y cofundó con varios de sus compañeros del Instituto Vocacional de Arte Labardén el grupo teatral independiente Taller de Expresión Popular.
Admirada por su innegable atractivo físico y por la firme voluntad de incursionar en las artes, integró por un tiempo el Ballet Estable de Joaquín Pérez Fernández –un bailarín español que hizo escuela y falleció en Buenos Aires en 1989-, hasta que decidió que lo suyo era el teatro.
SOBRE LAS TABLAS
Estudió con el joven y ascendente Julio Ordano, con Carlos Gandolfo y con la maestra vienesa Hedy Crilla, quien antes de refugiarse del nazismo en la Argentina se había codeado en Europa con figuras como Bertolt Brecht, el director y coreógrafo Max Reinhardt y el dramaturgo y guionista Carl Zuckmayer.
Crilla y su discípulo Agustín Alezzo la dirigieron en su debut con “Despertar de primavera” (1977), de Frank Wedekind, junto a un elenco de principiantes que luego lograron fama y un buen pasar gracias a la televisión, entre ellos Luisa Kuliok, protagonista de un comentado “topless” a bordo de una canoa.
En teatro se animó a todo: desde secundar a Rudy Chernicoff en “Yo, argentino”, participar como vedette o media vedette en las revistas “Zulma en el Tabarís”, con Zulma Faiad; “La revista del Mundial”, con Joe Rígoli; “El Maipo es el Maipo y Gasalla es Gasalla”, con Gasalla, Enrique Pinti y Claudia Lapacó; o hacer comedia en “Amores míos”, con Thelma Biral, Raúl Aubel y Víctor Hugo Vieyra.
Hasta que llegó “La señorita de Tacna” y su fama y su cotización subieron de golpe; fue contratada para compartir cartel con Soledad Silveyra en “Íntimas amigas”, y con Juan José Camero y Eva Franco en “Las mariposas son libres”, que en 1971 había elevado al estrellato a Susana Giménez, dirigida por José Cibrián.
En 1993 trabajó en otra obra de Vargas Llosa, “Pantaleón y las visitadoras”, dirigida por Hugo Urquijo, que le valió integrar una terna como mejor actriz en los Premios ACE. Después de eso su carrera teatral se fue dispersando y Camila hizo teatro callejero en Nueva York (1998 y 2000), se presentó en pequeñas salas de provincias, trabajó para grupos de jubilados y geriátricos y su último trabajo registrado fue en 2013, con “Maté un tipo”, de Daniel Dalmaroni, en el auditorio Cendas.
Desde el principio su figura había aparecido en numerosas publicidades y la televisión no fue ajena a sus encantos: se la vio en “Tato por ciento”, “Como en el teatro”, “Esa provincianita”, “Viva la risa”, “Desde adentro”, “Zona de riesgo” y “Gino”, su última actuación, en 1996.
En la pantalla grande sirvió como anzuelo visual en películas como “Fotógrafo de señoras” (1978), con Jorge Porcel, “Mi mujer no es mi señora” (1978), con Alberto Olmedo, “Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo” (1978), para ambos cómicos; la infantil “Los superagentes no se rompen” (1979), dirigida por Julio De Grazia; y “Te rompo el rating” (1981), otra vez con Porcel.
En 1985 figuró en la dramática “Bairoletto, la aventura de un rebelde”, de Atilio Polverini, y en tres películas donde el cine argentino intentó un “porno-soft” más ridículo que excitante: “Los gatos (Prostitución de alto nivel)” y “Las esclavas”, de Carlos Borcosque (h); y “Las lobas”, de Aníbal Di Salvo.
Hubo otros títulos, pero las revistas de la farándula atisbaban la vida particular de Camila como si no pudieran apartarla de su figura sexuada, por lo que fue vinculada con personajes de la vida artística, política y deportiva; pero ella prefirió aquerenciarse en lugares apacibles y provincianos como Lobos o en Mariano Benítez, en el Partido de Pergamino, donde se radicó en el año 2017. Sus problemas eran más graves de lo que el periodismo creía y tenían que ver con sus adicciones.
Realizaba programas de radio al tiempo que trataba de alejarse de adicciones que inevitablemente la llevaron al colapso físico y mental; hasta que conoció al músico Julio “Chino” Fernández, cuatro años menor que ella, un hombre que fue feliz y sufrió a su lado –incluso con gravísimas carencias materiales, según él mismo relató- y la acompañó hasta sus últimos minutos.
Los últimos años de Perissé estuvieron signados por distintos problemas de salud desde que fue diagnosticada con fibromialgia en 2018, por la que le recetaron una medicación que le dejó como secuela un grave daño cognitivo. Durante la pandemia fue internada en varias oportunidades por Covid-19, y desde entonces su estado de salud era muy frágil. (Télam)