Ángel Di María, uno de los futbolistas argentinos más destacados de la historia, había decidido volver al país para terminar su carrera en Rosario Central, club donde se inició y del que es hincha.
Ya en la segunda mitad de este año hubiéramos tenido la posibilidad de verlo en vivo en nuestro fútbol, jerarquizándolo sin dudas. Pero como somos una sociedad muchas veces autodestructiva, los propios argentinos evitamos que Di María pueda regresar a su tierra.
Ante la inminencia de la llegada del campeón del mundo y subcapitán de la Selección, este miércoles un par de delincuentes lo amenazaron de muerte en Rosario, baleando una estación de servicios donde dejaron una nota intimidatoria y luego vandalizando un mural con la cara de Angelito. “Di María, te estamos esperando”, advirtieron.
Hace unos meses había ocurrido un hecho similar contra el delantero, por lo que en las últimas horas decidió descartar la posibilidad de volver a Central y firmar con el Inter Miami de Lionel Messi.
Con una carrera recontrasalvada económicamente tras jugar en el Real Madrid, en el Manchester United, en la Juventus, en el PSG y en el Benfica, y con una familia que merece vivir en paz, Di María no puede retornar a su país, a su ciudad, culpa de la delincuencia que nos domina. Tristísimo.