En ciudades “pueblos” como Arrecifes, en que las noticias corren rápido y en el boca a boca muchos le inventan algún agregado, en la tarde de este martes se corrieron infinidad de versiones sobre la caída de un avión.
Lo que en realidad ocurrió pasadas las 19:00 es que Dino Di Palma iba volando en un ultraliviano junto a un amigo y, cuando estaban de regreso hacia la pista de la familia, sobrevolando barrio Palermo, se le “plantó” el motor.
Con segundos para pensar qué hacer y con una tranquilidad asombrosa, teniendo la ruta 51 a la vista, el hijo de Patricio tuvo la responsabilidad de evitarla y encaró el aterrizaje de emergencia en un campo lindero, en medio de avena seca. Los tripulantes de la pequeña aeronave descendieron sin mayores consecuencias, pese a que al tocar tierra el avión se trabó y se dio vuelta.
Dino y su amigo bajaron caminando y sin ningún rasguño, pero el ultraliviano quedó con sus alas rotas.
En Arrecifes suelen suceder cosas como éstas, muchas de ellas protagonizadas por la familia Di Palma. Y el automovilismo no puede estar ajeno…
El avión aterrizó detrás de la casa de Norberto Fontana, que lo vio “caer” en vivo. “Me asusté porque venía bastante en picada”, dijo el ex Fórmula Uno, que rápidamente corrió al lugar, en el medio del campo.
Enseguida, el tío Marcos Di Palma fue avisado cuando estaba en su taller y en pocos minutos se hizo presente con una gran caja de herramientas. ¿Para arreglarlo? No, para desarmarlo.
En una escena digna de una película, Marcos y Fontanita, dos de los corredores más famosos del país, se encontraban en medio de un lote de avena, llaves en mano, desarmando un avión junto a amigos de Dino que también habían llegado.
Más tarde, más pilotos: Josito y Stefano Di Palma (primos de Dino) y Valentín Aguirre fueron otros de los que se acercaron a colaborar.
En dos horas el avión fue desarmado casi por completo. Un ala por acá, el otro ala por allá, el motor por un lado, la cabina por el otro… Lo cargaron y se lo llevaron. Ya era la noche, alumbrados por linternas y buscando hasta los tornillos que podían haber quedado en el suelo.
Esto pasó, ni más ni menos. A algunos les parecerá una locura y lo criticarán. Otros lo tomarán como una anécdota que por fortuna (y porque el que conducía el avión está preparado para ello) terminó bien; una de las tantas que desde hace décadas se viven y se comentan en Arrecifes, también cuna de la adrenalina.