Muchas versiones han surgido en torno a los destrozos ocasionados en el Gimnasio “Malvinas Argentinas” de Villa Sanguinetti, que funciona bajo la órbita de la Escuela Nº 16.
Se habló de vandalismo, se habló de inseguridad, y se llegó incluso a intentar relacionarlo con la fiesta organizada en La Quinta de Vudú (¿intencionadamente?) y se negó enfáticamente que tenga algo que ver con un problema surgido en el colegio.
Lo cierto es que los organizadores de la Vudú Party y las mismas autoridades confirmaron que la salida de la fiesta se produjo con normalidad, que no hubo ningún tipo de incidentes. Tampoco se trató de un hecho de vandalismo nocturno y menos de inseguridad. Dos leyendas dejaron los autores de los destrozos, relacionados a “lo que están haciendo”, y se confirma la teoría de un problema que está atravesando el establecimiento educativo con un alumno.
Por supuesto que esto no justifica nada y es más condenable aún, porque más allá de la gravedad de los destrozos, es mucho más grave aún que se trata de una clara amenaza hacia alguien de la Escuela 16.
Las mismas autoridades de la Escuela que niegan enfáticamente esta versión, quizás por un entendible temor, la reconocieron en la denuncia realizada en la Comisaría local.
No se hacen públicos más datos por cuestiones de investigación y por seguridad, pero hoy más que nunca hay docentes a los que se les deben dar garantías para trabajar tranquilos, como corresponde. Y no es éste el primer caso de violencia contra educadores que sufrimos en los últimos tiempos.
Va más allá de la rotura de un edificio: es la rotura del tejido social, de la relación entre maestros y una parte de la comunidad por la que ellos trabajan. Se han dañado más que vidrios: se han resquebrajado el respeto y la convivencia. La violencia no puede ganar. Por eso es bueno que se aclare y se ponga fin a este tipo de actitudes condenables.
Esconderlas, negarlas, sólo sirve para que se sigan desarrollando e imponiendo.