Era la mañana del domingo 1º de mayo de 1994 y el Supercart, categoría alternativa al Turismo Carretera que reunía a grandes figuras, corría en Santa Rosa, La Pampa. Ya se habían disputado las series con triunfos de Luis Di Palma, Tito Bessone y Hugo Olmi.
Yo estaba en el autódromo de Santa Rosa y me entero por radio de la muerte de Ayrton Senna tras su accidente en el Gran Premio de Imola de Fórmula Uno. Voy y se lo cuento al Loco, que estaba en boxes junto a su Torino. Lo vi impactado como nunca, su cara se transformó; no dijo nada y, en silencio, se fue a su motorhome.
Llegaba el horario de largar la final y Luis no aparecía. Varios lo fuimos a buscar y dijo que no quería largar. Gente de la categoría lo convenció. Con el mismo silencio, caminó hacia su auto, se subió y salió a pista. Largó, pero en la primera vuelta abandonó. Di Palma no era fácil de persuadir: no quería correr y listo. Senna era uno de los poquísimos pilotos que él admiraba y su muerte le pegó duro.
Se fue del autódromo con rumbo a Arrecifes sin esperar que termine la final, diciendo: “Hoy estoy enojado con el automovilismo”. Jamás en su extensa trayectoria deportiva le pasó algo similar.